domingo, 23 de diciembre de 2018

LA NAVIDAD DE NOELIA



Noelia llevaba un mes corriendo más de lo que habitualmente corría, y eso era ya mucho correr. Se aproximaba Navidad y eso siempre multiplicaba las tareas y las carreras. Así que Noelia corría a todas partes y a todas horas intentando cumplir con la larga lista de obligaciones en la que, a estas alturas de su vida, se había convertido las dichosas fiestas: preparar disfraces para la fiesta navideña del colegio, comprar ingentes cantidades de alimentos en hipermercados abarrotados, sufrir los villancicos repetidos hasta el agotamiento auditivo, sacar la decoración navideña, poner la decoración navideña, reponer/renovar la decoración navideña, intentar hacer que la decoración navideña resulte lo menos kitsch posible, acudir a la fiesta del colegio, sacar fotos y sonreír como mema viendo a los retoños cantar un villancico vestidos de pastorcillo/oveja/angelito/arbolito... Acudir a la cena con los compañeros de trabajo donde tendrá que aguantar al baboso de Manolo y los lloriqueos de Mariola... o al revés, ir a una comida con las amigas, donde todas intentan demostrar lo muy felices y estupendas que son aunque la mayoría son unas amargadas insatisfechas, visitar jugueterías para comprar los regalos de Papá Noel y los de Reyes para los niños propios y varios ajenos, hacer cola para la lotería no vaya a ser que este año toque y a ver qué pasa si toca y ella no lleva un mísero décimo, comprar regalos para padres, suegros, cuñados, hermanos... Ah, y para el marido, claro, que siempre se olvida de él. El hombre de su vida. El padre de sus hijos. El compañero y amigo. El hijo de... que siempre encontraba el modo de estar súper ocupado cuando le pedía ayuda.

Noelia intentaba darse ánimos con aquello de la felicidad y la familia y las sonrisas y la cara de ilusión de los niños y todas esas cosas que nos decimos para llenar las fechas de lentejuelas y alegría, pero al final acababa reconociendo para sí misma, que la Navidad se había vuelto una festividad pesada, aburrida y agotadora llena de compromisos absurdos y que, si de ella dependiera, se saltaría todo el mes de diciembre (y gran parte de noviembre). Pero como no había forma humana de eludir todos los compromisos familiares y amistosos, Noelia seguía corriendo de acá para allá.

Aquel año, para más inri, tuvo que trasladarse a la ciudad vecina por cuestiones de trabajo el mismo día de Nochebuena, con el consiguiente trastorno, menos mal que a esas alturas ya tenía todo lo necesario para la cena y que su marido se encargaría de comenzar a preparar la cena en caso de que ella se retrasara a pesar de llevarlo todo calculado al milímetro para que tal cosa no ocurriera.

El día 24, a las dos de la tarde, una vez acabadas las diligencias que la habían llevado a otra ciudad, Noelia, compró unos sandwiches y unos refrescos para comer mientras conducía e inició el camino de vuelta a casa, agotada, somnolienta y estresada. Según sus cálculos a eso de las seis estaría entrando en su casa lista para empezar el ajetreo culinario. Pero ni el más perfecto de los planes está libre de fallos y la entropía, tan amante del caos, siempre encuentra la forma de desordenar lo más ordenado.
En este caso la entropía se disfrazó de nieve. Nieve que había comenzado a caer desde primeras horas de la mañana, primero de manera suave, pero aumentando su intensidad a medida que pasaban las horas. Noelia, sumergida en sus asuntos, apenas se había percatado de la nevada ni había escuchado las noticias que hablaban de uso de cadenas, nieve acumulada y retenciones de tráfico. Para cuando quiso darse cuenta, Noelia estaba rodeada de nieve y automóviles sin poder avanzar ni retroceder. Llamó a casa, ansiosa y hecha un manojo de nervios, para advertir a su familia de su situación y de que no sabía cuánto tiempo debería permanecer allí atascada y a lamentarse de que era posible que se perdiera esa Nochebuena. Y, al momento de decirlo, Noelia sintió un extraño y culpable alivio.


De repente fue consciente de que, al menos por aquella noche, no habría prisas, nervios, trabajo, gritos... No recibiría las críticas de sus padres, ni aguantaría la borrachera de su cuñado, ni la mirada envidiosa de su hermana, ni tendría que preocuparse del comportamiento de los niños, ni escuchar los petardos en la calle, ni preocuparse por si la cena salía bien ni... ¡Nada! ¡No tendría que ocuparse ni preocuparse de nada!
La envolvió una maravillosa sensación de paz y libertad. Salió del auto para sacar la manta que siempre llevaba en el maletero. Al volver se instaló cómodamente, reclinó su asiento, puso una emisora con música suave, sacó su escasa comida y su parca comida.
«¿Quién sabe?», pensó,«quizás repita el año próximo». Y, con una somnolienta y plácida sonrisa, Noelia se dispuso a pasar su mejor Nochebuena en muchos años.



domingo, 25 de noviembre de 2018

Dudas

(Publicado en la revista miNatura digital nº 161)


La puerta se abre. Despacio. Tímida, recelosa... La puerta se abre y lo hace sola. Nadie la empuja ni tira de ella. Sencillamente, se abre.
Matilde mira hacia afuera... Cree que es hacia afuera, pero tal vez es hacia adentro. No está segura. Ni siquiera sabe por qué está allí ni dónde o qué es allí.
El hecho es que la puerta se abre, que se abre sola y que Matilde mira más allá de ella y sólo ve, o no ve, la oscuridad. Una oscuridad profunda, hosca, fría.
Matilde, parada frente a la puerta abierta, tirita. 
Debería entrar... o tal vez salir. Lo que sea, pero hacer algo, ¿no? 
No puede quedarse allí, sea donde sea allí, eternamente, ¿no?
Pero no se decide a moverse. 
—Aquí no se está mal —se dice—. Al menos no hace frío. Allí, sin embargo...
Y continua mirando la oscuridad de más allá de la puerta sin decidirse a moverse.
A su espalda un repentino sonido reptante la hace estremecer, un olor nauseabundo le provoca arcadas. 
Movimiento. Roces. Susurros. Cada vez más cercanos. 
Algo viscoso roza su cuello.
Matilde mira a la oscuridad, y ya no se le antoja tan inhóspita, un segundo más de duda y, finalmente, de un salto cruza la puerta y la cierra. 
Al instante la oscuridad desaparece y el frío con ella.
Un clic hace que se gire.
La puerta se abre. Despacio. Tímida. Recelosa...
Lleva eones haciéndolo, pero Matilde no lo sabe.

lunes, 25 de junio de 2018

Micros


Composición

—¡Pum!

Sangre y sesos pintan la pared de rojo y gris.

—¡Plaf!

Un cuerpo cae.

—¡Crac!

Un cuello se rompe.

—¡Plaf!

Un cuerpo cae.

—¡Zas!

Un cuchillo atraviesa un corazón.

—¡Plaf!

Un cuerpo cae.

—¡Agh!

El veneno hace efecto.

—¡Plaf!

Un cuerpo cae.

—¡Perfecto! ¡Esto va genial! —dice el asesino mientras descarga una espada sobre un cuello desnudo.

—¡Zzzing!

Sangre goteando.

—¡Plaf!

Un cuerpo cae.

Cada sonido es registrado en la grabadora que lleva consigo.

Registrado y revisado, para luego ser unidos en una sarta ininterrumpida.

¡Pum! ¡Plaf! ¡Crac! ¡Plaf! ¡Zas! ¡Plaf! ¡Agh! ¡Plaf! ¡Zzzing! ¡Plaf!

—¡Maravilloso! ¡Lo estáis haciendo genial! ¡Todos! —murmura el asesino mientras continúa con su macabra tarea— ¡Mi Oda a la Muerte será una obra maestra!


Miedo

— Cricrí... Cricrí... Cricrí...

En la calurosa noche veraniega, sólo se oye el cantar del grillo.

—Cricrí... Cricrí... Cricrí...

Silencio durante un momento y de nuevo:

—Cricrí... Cricrí... Cricrí...

En la casa vacacional, los inquilinos mal duermen con las ventanas abiertas. Los rayos de la luna llena entran a raudales y crean sombras fantasmagóricas.

De pronto:

—¡BUM!

Un golpe horrísono hace retemblar el suelo.

Los durmientes despiertan asustados.

—¿Qué fue? ¿Qué ha sido? — Pregunta la mujer.

—¡Bah, no es nada! Sólo los ruidos normales de una casa vieja —. Respondió el marido.

Y ambos vuelven a dormir.

—Ñiiiic... —canta una puerta.

—¡BLAM! —le responde una ventana.

— ¡Crac! —gruñe un armario.

Nadie se mueve. 

Hombre y mujer siguen durmiendo.

Dos oscuras figuras junto a la cama miran a los dormidos y conversan:

—Esto ya no funciona.

—No, no funciona.

—La gente de ahora ya no se asusta como antes.

—No, no se asusta.

El primero suspira y dice:

—En fin, igual los próximos...

—Igual...

Y, sin más, desaparecen.

—Cricrí... Cricrí... Cricrí...

lunes, 11 de junio de 2018

CUMPLEAÑOS NÚMERO 16

Y ya son dieciséis. Ni uno menos, ni uno más. Dieciséis añazos y dice que se hace vieja (¡JA!).
Y ya van dieciséis los cumpleaños y yo no puedo faltar a mi cita cumpleañera o me de despedirían de madre de manera fulminante.
Y ya vamos por los dieciséis y con los dieciséis se acaba la ESO, con nervios y estrés y cansancio y grandes notas, y se inicia el Bachillerato con nuevos nervios y más estrés y, esperemos, notas igual de grandes.
Ha sido un año intenso para la cumpleañera: novios que van y vienen, nuevos amigos, conflictos con los antiguos... La vida del adolescente, ya se sabe, siempre en plena montaña rusa emocional y llena de intensidad.
La enana (bueno, vale, igual ya no es la enana) ha decidido volver a su idea original de estudiar medicina y le sigue tirando lo audiovisual.

Sigue escribiendo genial y le sigue costando ponerse a ello.
Ha vuelto a la lectura gracias (¡qué cosas!) a la música y se compra todo libro que encuentre de Santi Balmes e Iván Ferreiro. Porque ella, ahora, es muy indie. Adora a Love of Lesbian, Miss Caffeina, Sidonie, Iván Ferreiro...
Cada vez pasa menos tiempo con sus padres, o sea, con nosotros. Normal. Es mejor estar con los amigos.
Sigue tan discutidora y sarcástica y loca como siempre.
Sigue tan divertida e inteligente como siempre.
Sigue siendo la princesa de la casa, como siempre.
Dieciséis años, dieciséis preciosos años llenos de vida, seguridad, confianza, autoestima, alegría e ilusión.
Y dice la tía que se hace vieja (¡JA!)
Dieciséis años tiene ya mi bollito de nata y no sabéis lo orgullosa que estoy de ella.
Bueno, quizás sí que lo sepáis :)

¡FELIZ CUMPLEAÑOS BOLLITO DE NATA!

domingo, 20 de mayo de 2018

Liberación





(Relato seleccionado para formar parte de la Antología Historias de Suspense y Terror II de la Ed. Letras con Arte).

Shhh.. Calla, no grites, que no nos oiga papá, ya sabes lo que pasa si hacemos ruido. Shhh… Calla, baja la voz, que no se despierte o armará una buena.
Shhh… Calla, no te rías tan alto. Que no nos oiga, que no se entere, que no sepa que estoy contigo. Puedes reírte, pero por lo bajinis, que él no te oiga, que no nos descubra.
Shhh… Calla, sólo por un ratito, es la última vez que tendrás que callar, te lo prometo. Como te prometí que volvería a buscarte el día que me fui. ¿Te acuerdas? Pues ya ves que cumplo. Y ahora… shhh… calla, habla más bajo, si él se entera no podremos hacer nada. Te encerrará y ya no podrás escapar. Así que, shhh… levanta de la cama y no hagas ruido. Está dormido, desde aquí lo oigo roncar, pero mejor no arriesgarnos a que se despierte.
Shhh… Calla, ya sé que te duele. Esa mala bestia pasó por aquí antes de irse a su cama, ¿verdad? Imagino que cada vez lo hace más a menudo. Es lo que más lamento de haberme ido, haberte dejado solo y que él te haya hecho ocupar mi lugar. Cuántos golpes, cuántos morados, ya ni se sabe de qué color tienes la piel.
Shhh… Calla, ya sé que cuando duerme la borrachera no hay ruido que lo despierte, pero no tentemos a la suerte. Cuanto menos ruido hagamos, mejor. Como decía la abuela, el diablo es peligroso hasta dormido, ¿te acuerdas? Pues el que está roncando en ese sofá, es el diablo en persona.
Así que, shhh… Calla, seamos silenciosos como ninjas.
¿Tienes el cuchillo y la cinta? Átalo fuerte, que no se mueva. Está tan borracho que no creo que se dé cuenta de nada. Tápale la boca, que no grite. Ahora es todo tuyo. Puedes clavarle ese cuchillo todas las veces que te apetezca. En el corazón, en la cara, en el estómago.
Sácale las tripas al monstruo.
¡Si vieras la pinta que tienes lleno de sangre!
Y luego vendrás conmigo, como te prometí el día que salté por la ventana. La misma ventana por la que tú saltarás en cuanto acabes con ese demonio. No tengas miedo, será rápido, y yo te estaré esperando.
Pero ahora... Shhh... calla, no se vayan a enterar los vecinos de lo bien que lo estamos pasando.

sábado, 20 de enero de 2018

Coherencia


— Si vienes conmigo al pasado —dijo el viajero del tiempo— podrás cambiar todo lo que no te guste de tu presente.
Jorge dio un primer e impulsivo paso hacia adelante y luego se detuvo pensativo.
— Hum -—dijo Jorge, que era muy de “hums”—, si yo hubiera ido al pasado para cambiar el presente tendría que recordarlo, ¿no?
— No sé —dijo el viajero del tiempo cruzando los brazos en muestra de impaciencia—, nunca se me había ocurrido pensar en ello. Yo es que pienso poco, la verdad.
— Hum —volvió a repetir Jorge, que ya hemos dicho que era muy de “hums”—, pero el caso es que yo no recuerdo haberme encontrado conmigo mismo.
— Bueno —replicó el viajero del tiempo mientras excavaba en su oreja derecha—, quizás no te reconociste.
— Hum —insistió Jorge, que también era mucho de insistir—, es un buen punto, pero... —Jorge dejó la frase en el aire mientras miraba un mensaje que le acababa de llegar.
— ¿Pero? —inquirió el viajero que ya empezaba a impacientarse.
— Pero aunque no me hubiera reconocido tendría que recordar el mensaje que me había dado y cambiar mi vida, ¿no?
— Supongo —dijo el viajero ya con cara de hastío.
—Luego, una de dos, o no viajé al pasado o después del viaje sufrí un ataque de amnesia que no me permite recordar nada, ¿no te parece?
— Supongo —repitió el viajero abriendo la boca en un enorme bostezo.
— Hum —repitió Jorge su palabra favorita.
—¿Hum? —inquirió el viajero.
Jorge, pensativo, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, donde llevaba, vaya usted a saber por qué, una pequeña pistola.
Y, sin más, sacó la mano y la pistola del bolsillo, apuntó y disparó al viajero del tiempo que cayó al suelo y pasó al otro lado aún con cara de sorpresa.

 — Lo lamento mucho —dijo Jorge al viajero muerto—, pero siempre he sido un defensor del principio de autoconsistencia de Nóvikov.... Hum.

Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...