viernes, 7 de junio de 2013

El fin del mundo



El mundo -su mundo- llegó a su fin el día que cumplió quince años.
Se había pasado semanas planeando aquel día hasta el último detalle: qué vestido se pondría, qué amigas invitaría, de qué sabor sería la tarta y hasta la música que sonaría en su ipod. Había rodeado aquella fecha en su calendario con un corazón rosa y había escrito una larga lista con los regalos que quería. Iba a cumplir quince años y quería que todo fuera absolutamente perfecto.
No sabía que el mundo-su mundo- acabaría ese mismo día.
Llegó a casa del instituto a la misma hora de siempre, dejó la mochila donde siempre la dejaba y se dirigió, como siempre, a dar un beso a sus padres.
Su padre la esperaba con una enorme caja sobre su regazo, un extraño sentado a su lado y una gran sonrisa en su rostro. Su madre, sin embargo, mantenía la mirada fija en la ventana abierta. Ella se acercó, entre feliz y desconcertada, tomó la caja que le entregaba su padre deseándole un feliz cumpleaños y, sentándose, nerviosa, se dispuso a abrirla

Con dedos temblorosos, rompió el papel de regalo. Levantó la tapa despacio, saboreando aquel momento y con la mente puesta en lo que aún estaba por llegar. Miró, por fin, en el interior y sólo vio tela negra. ¿Qué era aquello? ¿Tal vez el vestido negro por el que llevaba semanas suspirando? Feliz y emocionada, extrajo aquella tela negra de su caja y la extendió ante ella.

Entonces el mundo -su mundo- comenzó a resquebrajarse.

Lo que tenía entre las manos no era ningún vestido, era una cárcel de tela. Su padre le había regalado un burka. No entendía nada. Miró a su padre, confusa, buscando una explicación o, mejor, una carcajada que le indicara que aquello era una broma. Pero el rostro de su padre no mostraba ningún signo de que bromeara y su madre continuaba mirando la ventana sin decir nada.

-Es un regalo de tu futuro marido -dijo su padre señalando al extraño sentado a su lado- y deberás usarlo siempre que haya personas extrañas presentes.

Miró a su padre, que sonreía satisfecho. Miró al desconocido, que la miraba de un modo inquietante. Miró a su madre, buscando ayuda y no encontró su mirada.

El mundo -su mundo- se derrumbó hecho mil pedazos. Ese día, el día del fin del mundo, no hubo vestidos, ni amigas, ni tarta, ni música.
Ese día el mundo -su mundo- se transformó en una prisión de sofocante tela negra...




4 comentarios:

  1. wow ... excelente relato ... me cayó en el alma como un balde de agua helada, eres una excelente escritora.

    ResponderEliminar
  2. Ya te he contado en otra parte la única (mínima) pega que le pondría a este relato.
    El resto solo pueden ser felicitaciones por esta historia qe envuelve en sencillez una carga de profundidad.
    Qué bien lo has hecho, Nanny, enhorabuena.
    Un abrazo enorme.

    ResponderEliminar
  3. Poco real el entorno- licencia de escritor-. La vida pone otros burkas, invisibles. Tambien te da arco iris, vaya una cosa por la otra.
    Solo una mujer- madre- le puede poner de esa magistral forma palabras a esa terrible realidad.
    Felicidades
    Disculpad, pero no deseo identificarme. Gracias

    ResponderEliminar
  4. Abril: Gracias, Abril... A ver si en el próximo no te doy otro "disgusto" ;)

    Vichoff: Sí, lo contaste, lo leí y como había respondido a Jeroma por lo mismo pues no repetí :) He estado a punto de subir el relato justo por ese detalle pero, bueno, parece que otras compensan esa licencia mía :)

    Anónimo: Como ya comenté a Vichoff a punto he estado de no ponerlo justo por esa licencia y sigo planteándome cambiar el relato debido a eso. Gracias por lo de "magistral" (ya quisiera yo :D) y disculpado (o disculpada) por tu anonimato... aunque me quede con la tremenda intriga de saber quién eres :)

    ResponderEliminar

Yo ya he hablado demasiado, ahora te toca a ti...

Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...