martes, 29 de enero de 2013

Pequeña Vicky



Puso sobre la mesa de la terraza un vaso, una botella de vodka y una caja de cartuchos, se sentó y, con mucho mimo, dejó la escopeta de caza sobre sus piernas. A continuación, con la misma parsimonia que había puesto en cada uno de sus anteriores movimientos, se sirvió un buen vaso de vodka sin hielo, se recostó contra el respaldo de la silla y dio el primer sorbo mientras con su mano izquierda acariciaba la escopeta como si de una mascota se tratara.
-Hoy la caza va a ser muy pero que muy especial, Pequeña Vicky, ya verás lo bien que lo vamos a pasar.
Había dado al arma el nombre de su primera novia, aquella que tuvo con quince años recién cumplidos, la única persona de este mundo a la que aún amaba, porque en su mente Vicky seguía teniendo catorce años, seguía llevando una coleta rebelde, se reía con ganas de todos sus torpes chistes y era inocente, dulce y amable... Nada que ver con todos esos humanos corruptos, malvados, retorcidos y egoístas a los que  había llegado a odiar sin distinción.
Esa tarde se había sentado en la terraza dispuesto a acabar con alguno de ellos. Elegiría al que más odiara y... ¡PUM!
El hombre soltó una desagradable risotada y se sirvió otro generoso vaso de vodka.



-Veamos quién debe morir esta tarde... ¿Qué te parecen los viejos del piso de al lado? Esos que como ya están medio sordos ponen la televisión a todo volumen.
Apoyó la escopeta en su hombro y apuntó hacia una pareja de ancianos que, lentamente, cruzaban el paso de peatones. Los odiaba, y los odiaba mucho, pero no por el sonido de su aparato de televisión sino por haber sido capaces de seguir casados tantos años cuando él había sido incapaz de mantener una mujer a su lado...
-¡Bah! -dijo bajando el arma-. No merece la pena, son tan viejos que sólo les adelantaría un poco el viaje.
Se sirvió un nuevo vaso de vodka.
-¿Y qué tal el niñato del segundo A? ¿Ese que se pasa las tardes muertas dando el coñazo con el monopatín?
Volvió a alzar la escopeta, esta vez apuntando a un jovencito desgarbado que, junto al kiosco, charlaba con unas chicas de su edad haciendo grandes aspavientos.


A este también lo odiaba pero no por su postura de chulito ni por su monopatín ni por sus aires de don Juan imberbe, sino porque le recordaba su juventud malgastada.
-No, tampoco -dijo el hombre dejando la escopeta en su regazo-. No merece la pena arriesgar la libertad por semejante capullo.
El hombre tomó otro trago y continuó contemplando la calle por donde sus vecinos iban y venían, inmersos en sus vidas sin saber que, a escasos metros sobre sus cabezas, la muerte les ronda.
El asesino encendió un cigarrillo y continuó barriendo la calle con la mirada, intentando decidir a quien odiaba más de todos ellos.
-Quizás debería matar a la tía buena del quinto A. Esa que me mira con la misma cara de asco que a una cucaracha. A veces creo que , si pudiera, me aplastaría sin contemplaciones, igual que a uno de esos bichos.
La escopeta apuntó hacia la cabeza de una joven de larga cabellera y falda corta que se contoneaba rumbo a la panadería cercana, pero tampoco esta vez llegó a ser disparada.


El odio hacia ella no era sólo debido al papable desprecio que le demostraba ni a su actitud altiva, no, el verdadero odio estaba motivado por las docenas de veces que fue rechazado y despreciado por mujeres como ella.
-Bueh... tampoco la odio tanto.
Bajó nuevamente el arma y llenó otro vaso de vodka.
El tiempo pasaba, la tarde caía, el vodka descendía y la borrachera aumentaba pero él no lograba decidir quién debía morir aquella tarde. No conseguía discernir a quien de todos ellos odiaba más.
¿La fisgona del cuarto B? ¿El viudo incosolable del tercero C? ¿Los niños malcriados del cuarto A? ¿Los hippies del bajo? ¿Los pijos del ático?
Bajo su ventana fueron desfilando todos y cada uno de ellos. El arma subía y bajaba sin ser disparada ni una sóla vez. 

Parecía incapaz de decidir quién debía morir.
Llenó el último vaso de vodka y se levantó a por otra botella. Al coger la botella vio su imagen reflejada en el cristal del armario de las bebidas: pelo revuelto, ojos enrojecidos, mirada perdida, barba de varios días... Casi no podía reconocerse en aquella imagen.¿Quién era ese hombre? ¿Por qué lo miraba tan fijamente? Sintió una repulsión repentina e intensa.
Volvió a la terraza. Se sirvió un nuevo vaso de la nueva botella, se encendió un cigarrillo y, rescotándose contra el respaldo de la silla, acarició la escopeta como quien acaricia una mascota.
Terminó el vodka, apagó el cigarrillo dentro del vaso y giró la boca del arma hacia su rostro.
-Tú ya sabías quien debía morir hoy, ¿verdad, Pequeña Vicky?
Y la escopeta le respondió con un disparo que reventó su cráneo.



sábado, 12 de enero de 2013

Junto a la chimenea

Relato escrito para Mhanseon



Guarda Benjamín en su mirada la profunda tristeza de sus antepasados esclavos y la sabia experiencia de una vida larga y plena de experiencias. Tiene sus penas -¿quién no esconde en su alma un saco repleto de ellas?- pero ni las alimenta, ni las atesora, ni las mima, se limita a saber que están ahí y que de ahí no piensan moverse.

Debido a que su silla de ruedas le impide moverse con la libertad de sus compañeros, Benjamín Cooper, pasa largas horas en el salón, junto a la chimenea,  pero no le importa, se ha acostumbrado a esa escasa movilidad que lo convierte en un ser casi invisible y le permite observar a los otros y verlos con una claridad de la que ellos son incapaces.

Hoy lleva un buen rato sentado en la gran butaca, con una cálida manta sobre sus inutilizadas piernas, sintiendo el calor del fuego en sus -cada vez más- viejos huesos. La cabeza apoyada en el respaldo del confortable sillón, los ojos cerrados al mundo exterior mientras que su interior se deja arrullar por las voces de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong que cantan “Dream a little dream of me”. Le llega el rumor de una conversación cercana pero no lo bastante para entender las palabras, pasos que se aproximan y luego se alejan, alguna risa lejana; el resto de habitantes de la mansión parecen estar muy atareados esta tarde pero él no tiene la menor intención de abandonar su pequeño oasis de paz. Con un suspiro, abre los ojos y toma la pluma para continuar escribiendo el diario que inició al llegar a este curioso lugar, de fondo, Satchmo le habla de lo maravilloso que es el mundo y él sonríe dándole la razón. Una lástima no tener su trompeta a mano para tocar unas notas con el maestro y comienza a silbar la melodía mientras se prepara para comenzar la escritura.



A su alrededor la casa respira pausada. Parece que hoy la casona se siente contenta, escribe Benjamín, tenernos a todos entre sus paredes la hace feliz, le gusta sentirse habitada, lo percibo en la calidez de los leves crujidos de sus maderas y en la dulzura del aire que hoy se respira aquí. Los otros hablan continuamente de la “vida” de la casa pero para ellos no pasa de ser una bella metáfora mientras que yo sé que es real.

Benjamín vuelve a detener su pluma, y contempla el fuego con esos negros y risueños ojos suyos que esconden tantísimas cosas mientras la trompeta de Armstrong hila las notas de “Stompin’ at the Savoy”.

Sólo él, que pasa tanto tiempo a solas entre sus cuatro paredes, ha escuchado sus suspiros, sus lamentos y sus llamadas. Sólo él sabe que ella, la gran casona que los acoge, tiene un plan reservado para cada uno de ellos.

Comienzan a sonar las notas de “A kiss to build a dream on” y Benjamín cree percibir un suave balanceo, como si la casa fuera a ponerse a bailar de un momento a otro. Sonriente, continúa escribiendo:


Ella tiene un plan. No sabría explicar cómo lo sé, pero lo sé. Desconozco qué piensa hacer con el resto de sus huéspedes, tampoco me interesa más allá de la mera curiosidad, pero sé perfectamente qué quiere de mí. Le gusta la música, que ponga mis viejos vinilos de jazz, que toque para ella. Le gustan las historias, mis historias, contadas aquí, al calor de la chimenea. Le gusta, en fin, mi compañía. Si fuera una mujer diría que se ha encaprichado de mí o, incluso, que se ha enamorado. Si fuera una mujer quizás yo me atrevería a decir que el sentimiento es mútuo...

Benjamin se detiene, pluma en alto, sorprendido por lo que acaba de escribir. Mira a su alrededor, contempla la casa con mirada soñadora, aspira la mezcla de aromas que inunda el aire: a leña, a cuero, a flores frescas, a hogar cálido y acogedor... La pluma vuelve a bajar hasta el papel y continúa escribiendo:

Sí, sin duda, si fuera mujer yo diría que también la amo y que no quiero separarme de ella. Y eso es , justamente, lo que ella quiere de mí:  mi compañía, mi música, mis historias... mi amor. Cuando todo acabe, cuando ella lleve a cabo su plan, yo seguiré aquí, a su lado, junto y dentro de ella.

Se oyen ruidos de vajillas y cubiertos. Están preparando la mesa para la cena. Tras ella, el salón en el que ahora se encuentra solo, se llenará con la presencia de sus compañeros y entonces, él, con una copa de brandy en la mano, comenzará a contar una nueva historia... para ella.

Benjamín vuelve a recostarse con los ojos cerrados,  murmurando:

-Sí, pequeña, me quedaré aquí contigo para siempre. Allá afuera hace demasiado frío.

Y sonríe mientras las voces de Ella y Louis cantan para él, para ella, para ambos: “Baby, it’s cold outside”.


Baby, Its Cold Outside by Ella Fitzgerald & Louis Armstrong on Grooveshark


Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...