viernes, 2 de octubre de 2009

La sala de esperas

Antes de empezar una pequeñita noticia de esas que dejan buen sabor: me presenté hace unos meses al II Premio Algazara de Microrrelatos de la Editorial Hipalage y... no, no gané (para variar :D) pero mi texto ha sido escogido (con muchísimos otros) para formar parte del libro recopilatorio "Más cuentos para sonreír". Y ya van tres relatos que me publican... un día de estos igual hasta gano y todo :D

Ah, para quien sienta curiosidad el relato pueden leerlo en el post Lluvia.

Y ya está. Ahora os dejo con el relato que me inspiró mi reciente visita al dentista de la enana.



La sala de espera es pequeña, muy pequeña. Sus únicos muebles son una mesa diminuta cubierta de revistas y folletos, seis sillas pegadas a las paredes y un revistero.


La sala de espera es pequeña y ya está casi llena cuando llego. Tan sólo queda una silla libre y hacia ella me dirijo para sentarme a esperar, pacientemente, mi turno.


La sala de espera es pequeña y, a pesar de la ventana entreabierta, opresiva.


Pasan los minutos. De aquí no sale nadie. Nadie viene en busca de nuevos pacientes. Nadie se mueve de su lugar. Nadie parece lo bastante molesto como para abandonar la consulta harto de esperar.


Hay quien lee una revista de hace varios años. Hay quien mira un folleto. La mayoría nos limitamos a miramos los pies, las manos, al techo. En la habitación no se escucha ni un murmullo.


A los cinco minutos de mi llegada llega otro paciente que, ante la falta de sillas, se queda en pie, pegado a la pared, con ese aire incómodo que se nos queda cuando somos los únicos que no disponemos de asiento en una habitación donde los demás están cómodamente sentados. Con ese aire de no sé cómo ponerme, qué hacer con las manos, hacia dónde mirar...


Al poco rato, entra otro y luego, otro más. Poco a poco, la sala de espera se va llenando y resulta cada vez más claustrofóbica y sofocante.


Miro a la ventana, buscando algo que me ayude a recordar que hay sitios abiertos, amplios espacios, que existe un mundo allá afuera; pero sólo encuentro oscuridad, una negritud profunda y escalofriante. Caigo entonces en la cuenta de que, desde hace ya rato, se ha dejado de oír el tráfico y las voces que venían del exterior. Aunque me resulta extraño me encojo mentalmente de hombros y devuelvo la atención hacia mis uñas.


Han pasado dos horas y sigue llegando gente. Sin embargo, de aquí nadie sale. Nadie viene a invitar a ningún paciente a pasar al despacho del doctor.


A pesar de lo extraño de la situación, nadie comenta nada al respecto. Nadie habla. Nadie se enfada. Todos, incluido yo, esperamos pacientemente, algunos leyendo, otros echando nerviosos vistazos a su reloj o jugando con su móvil. La mayoría mirándonos los pies, las manos, el techo.



En la minúscula habitación no se oye ni un susurro.


Tras varias horas de espera, los que no disponen de silla se han convertido en mayoría. Muchos, cansados, han optado finalmente por sentarse en el suelo. Yo también me siento cansado, llevo demasiado tiempo sentado, el trasero se me duerme, ya no sé cómo poner las piernas, la espalda también me molesta, pero prefiero no moverme, no quiero que nadie me quite la que ya considero como mi silla.


En la sala de espera parece imposible que entre nadie más. Y, sin embargo, siguen entrando. Cada vez que la puerta se abre para dar paso a una nueva persona intento musitar un ya no cabemos más pero mi voz se niega a salir. Hace calor. Sudamos. Respiramos con dificultad. El ambiente es irrespirable.


De aquí no sale nadie. Nadie viene a buscarnos. Llega gente y más gente, nos apretujamos, nos encogemos para que quepan pero nadie protesta, nadie se queja, nadie hace intento de marcharse.


No sé cuánto tiempo llevo en esta diminuta sala de espera. Horas. Días. Semanas. Milenios.



El tiempo pasa despacio. No hablamos. No discutimos. No nos lamentamos ni protestamos. Nos limitamos a esperar.


Miramos nuestros pies, nuestras manos, al techo. Miramos a cualquier lado menos a nuestras caras. No queremos mirar a los ojos de los otros. No queremos vernos.


De aquí no sale nadie.


Nadie viene a buscarnos.


Llevamos aquí eones.


Nos limitamos a esperar.







12 comentarios:

  1. Muy bueno. Me recuerda a alguno de esos relatos de terror agónico a partir de situaciones cotidianas que devienen absurdas. Claro que me quedo preguntándome cómo se zanjaría esa espera infinita.

    Por cierto, ahora me viene a la mente un cierto parentesco con el famoso corto (La cabina)de Mercero con José Luís López Vázquez. Un beso y felicidades por tus éxitos literarios.

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  2. Inquietante y "agobiante"....Odio esperar...soy poco paciente. Besos y feliz finde

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  3. Ufffff.
    Qué sofoco.
    Qué claustrofobia.
    Me has recordado a Frank Kafka (No recuerdo si se escribe así) Puedes leer a toda pastilla a ver si pasa algo alguna vez, pero nada.
    Extraordinario.

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  4. Y ¿sabían el objetivo de la espera? Porque así la espera se convierte en algo todavía más agobiante.

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  5. Primero: Muchas felicidades NANNY, las buenas cosas siempre son reconocidas. Las tuyas, tienen méritos de sobra...

    Segundo: Me recuerda un relato de terror, en dónde el tiempo parece quedarse ahí congelado... eso de nunca finalizar. Con deseos de respirar aire puro, de quebrantar el silencio...Uffs!.
    Odio las largas esperas, de todo tipo. Pero hay que arrmarse de paciencia, esa que en algunos casos suelo perder con fácilidad.

    Besos, Cariños y felicidades...
    Soy curiosa, no me quiero perder ese relato...

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  6. Muy humano este "ni pa'lante ni pa'trás" que retratas en tu relato.

    Ingenioso, Nanny, y basado en una realidad.

    Un gran abrazo, querida amiga.

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  7. Describes muy bien la angustia y el jaleo de gente, Nanny.
    A mitad de texto yo ya me estaba agobiando.

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  8. A veces, esperar es lo único que queda...

    Genial, con ¿final abierto? No sé, pero me gusta así... A ver a qué lleva esa espera tan agobiante.

    Un besitooo

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  9. Vale, lo reconozco: has conseguido angustiarme con tu relato. He vivido como una pesadilla la sensación de agobio, de claustrofobia... he mirado mis pies una y otra vez y al techo, he sudado, he visto los ojos huidizos de los otros que tampoco saben ya dónde mirar. La confusión, la resignación, el creciente enfado, todo lo he sentido y, sobre todo, la espera, el desasosiego. Me ha parecido la antesala del Juicio Final.

    Consegues hacerme sentir tanto con tus letras... ¡Qué envidia me das! Tienes magia en tus manos

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  10. ¡¡¡¡¡¡¡enhorabuenaaaaaaaaaaaa!!!!!! en cuanto sepas dónde puedo adquirirlo me lo dices ¿vale? que este si que me lo compro...jejeje

    Besos

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  11. Me recuerda al ginecólogo que me atendió en los embarazos. No había vez que no tuviera que esperar al menos una hora. Un beso.

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  12. Es como la sala de urgencias. Entran y entran, pero para uno que sale, aparecen diez.

    Un beso

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